Para el
siete de diciembre de 1967, se
celebraba en Chiriguaná (departamento del Magdalena en esa época) la noche de
las velitas; las familias del pueblo, se
organizaban durante todo el día con pólvora, licores, bailes y parrandas para
festejar las fiestas de las velitas, en homenaje a la Virgen de la Inmaculada
Concepción, que significa para los chiriguaneros el inicio de la temporada de
fin de año y de las fiestas.
Se
escucha en el pico de Chema Bozo y en las cantinas del pueblo, especialmente de
la Plaza de las Mercedes, una canción que identifica las fiestas de la
Inmaculada Concepción; se llama las
cuatro fiestas, la cual anuncia la apertura de la jarana[1] de fin de año y carnavales
con su célebre verso “que linda la fiesta es, en un 8 de diciembre”. El cielo
de Chiriguaná se ilumina con esplendor y corre la pólvora con mucho Ron Caña; por
la bocina colgada en un árbol de almendro en el patio de la cantina de Chema bozo, los habitantes de la
Plaza de las Mercedes escuchaban a la
agrupación musical de Adolfo Echeverría con la voz de Nury Borrás que entonaban
el tema musical de la temporada:
LAS
CUATRO FIESTAS
Por la ribera se ven
arbustos y cocoteros (bis).
Y los negros pescadores
en canoas vienen ya
como lanzaban hundiendo
sobre lodo su cañal.
Las noches iluminadas
me recuerdan el Edén
por todas partes prendidas
estrellitas ya se ven.
Rema, rema
Rema ligero Juan
Rema, rema
Que vas llegando ya
Rema, rema
Rema ligero Juan
Rema, rema
Que vas llegando ya.
Que linda la fiesta es
en un 8 de diciembre (bis).
Al sonar del traquitraqui
que sabroso amanecer
con ese ambiente prendido
me dan ganas de beber.
La pascua que se avecina
anuncia la navidad
un año nuevo se espera
que dan ganas de tomar.
Toma, toma
Tomate el trago Juan
Pa' que pueda bailar
Toma, toma
Tomate el trago Juan
Pa' que pueda bailar.
Pero que sabrosas son
las fiestas de carnavales (bis).
Con caretas y disfraces
las comparsas vienen ya
ese golpe de tambora
a la cumbia invita más.
Con la batalla de flores
el desorden se formó
las carrozas y las reinas
alegran el corazón.
Baila, baila
Baila la cumbia Juan
Baila, Baila
Que llegó el Carnaval
Baila, baila
Baila la cumbia Juan
Baila, Baila
Que llegó el Carnaval
arbustos y cocoteros (bis).
Y los negros pescadores
en canoas vienen ya
como lanzaban hundiendo
sobre lodo su cañal.
Las noches iluminadas
me recuerdan el Edén
por todas partes prendidas
estrellitas ya se ven.
Rema, rema
Rema ligero Juan
Rema, rema
Que vas llegando ya
Rema, rema
Rema ligero Juan
Rema, rema
Que vas llegando ya.
Que linda la fiesta es
en un 8 de diciembre (bis).
Al sonar del traquitraqui
que sabroso amanecer
con ese ambiente prendido
me dan ganas de beber.
La pascua que se avecina
anuncia la navidad
un año nuevo se espera
que dan ganas de tomar.
Toma, toma
Tomate el trago Juan
Pa' que pueda bailar
Toma, toma
Tomate el trago Juan
Pa' que pueda bailar.
Pero que sabrosas son
las fiestas de carnavales (bis).
Con caretas y disfraces
las comparsas vienen ya
ese golpe de tambora
a la cumbia invita más.
Con la batalla de flores
el desorden se formó
las carrozas y las reinas
alegran el corazón.
Baila, baila
Baila la cumbia Juan
Baila, Baila
Que llegó el Carnaval
Baila, baila
Baila la cumbia Juan
Baila, Baila
Que llegó el Carnaval
Los
muchachos que habitaban el pueblo, sobretodo los de la Plaza de las Mercedes,
bien vestidos y felices, entonaban las cuatro fiestas. Se escuchaba una ráfaga
de alegres gritos juveniles cuando se visitaban las casas de los amigos, donde
en un arbolito colgaban las velas prendidas y otras en los andenes de las casas,
en el andén de mi casa, se prendían nueve velas una por cada miembro de la
familia.
En la
Plaza de las Mercedes se podía sentir la alegría que irradiaban los jóvenes, y
como a las diez de la noche, mi madre María
del Tránsito Cuello, le dice a mi hermana Maria Leonela –Leo, ve a buscar a
Toñito–. Ella sale de la casa a buscarme y cuando me encuentra me dice –Toño,
mi mamá te está llamando, vamos para la casa–.
Regreso
a casa acompañado de mi hermana y encuentro a mis padres sentados en unas
mecedoras en la terraza de la casa, no había luz eléctrica en Chiriguaná, la
luna llena y una lámpara de querosene era lo único que iluminaba el frente de
mi casa, agarro un taburete[2] hecho para niños y me
siento al lado de mi madre, luego reposo mi cabeza en su regazo; mi madre juega
con mi cabello y mientras siento sus suaves manos en mi cabeza se me ocurre
preguntar –Mamá, dime cómo nací–.
Igual que mis cuentos favoritos, me gustaba que mi mamá me contara la historia de mi nacimiento una y otra vez; escuchar cuál fue nuestro origen y cómo llegamos a este mundo es algo que los niños les gusta saber, por ello cuando mis hijos le hacían a su madre Lenys Beatriz Pérez Díaz la misma pregunta que yo a mi madre, recuerdo con añoranza mis años de infancia.
Igual que mis cuentos favoritos, me gustaba que mi mamá me contara la historia de mi nacimiento una y otra vez; escuchar cuál fue nuestro origen y cómo llegamos a este mundo es algo que los niños les gusta saber, por ello cuando mis hijos le hacían a su madre Lenys Beatriz Pérez Díaz la misma pregunta que yo a mi madre, recuerdo con añoranza mis años de infancia.
No sé
qué es lo que más me gustaba, si la peripecia vital que vivieron mis padres el
día en el que yo vine a este mundo o la forma en que me la contaba mi madre, en
primera persona, viviendo en cada relato, aquel momento, como si hubiera ocurrido ayer.
Mi
madre mira el cielo, contempla la luna y las estrellas, observa la Plaza de las
Mercedes iluminada de velitas, mira a mi padre quien se ha quedado dormido y
ronca como un tigre, luego mira mi cabeza en su regazo y comienza el relato:
“El día 31 de enero de 1956, me levante
temprano a hacer los quehaceres de la casa, con una enorme barriga que abultaba
más que yo, era tan grande que casi no podía con ella”. Al oir el inicio de
la historia suelto una carcajada tan ruidosa que mi padre se despierta y
pregunta que está pasando, mi madre le contesta que me está relatando mi
nacimiento, continuando su relato así:
“Era casi las nueve de la mañana y estaba
preparando el almuerzo, cuando de repente… algo me hizo sentarme en un taburete
a toda velocidad, bueno, teniendo en
cuenta la velocidad con la que yo podía sentarme en el taburete. Al sentarme, siento un líquido que había
descendido por mis piernas y estaba toda mojada. Era la señal que venias a este
mundo.
Asombrado
con el relato de mi nacimiento, me quedo en silencio y atento a cada palabra
que iba diciendo.
“Tú padre y tus hermanos me preguntaban nerviosos ¿qué
hacemos?, tu abuelo Ubaldo que acababa de llegar en un burro negro preguntó
–¿qué está pasando?–. Yo le contesté –este muchachito ya se quiere salir de la
barriga a hacer travesuras, Ubaldo busca a la negra Benilda Flórez y le dices
que voy a dar luz, que ya rompí fuente–; tu abuelo en un santiamén[3]
sale a buscar a la negra Benilda, partera del pueblo, quien a los pocos minutos
se presenta en la casa acompañada de su
asistente.
Tu padre, tus hermanos y tu abuelo estaban nerviosos. Me
dirijo al dormitorio y me acuesto en una cama de lienzo, donde la negra Benilda
con su ayudante inician el proceso del parto. En la sala de la casa se
encuentra tu padre Pedro, tu abuelo Ubaldo, tus hermanos (Rogerio, José Manuel, Felicia, Rosmira
y Maria Leonela); Rosmira y Felicia dicen que sea niña y Rogerio y José Manuel dicen
que sea varón.
Tu padre alababa mi entereza. Él, por su parte, estaba hecho
un manojo de nervios, cualquiera que lo hubiera visto pensaría que era él quien
iba a parir, a pesar de los seis hijos que habíamos tenido; yo por mi parte me
sentía un poco tranquila. En realidad, me encontraba bien, aún no sentía las
contracciones, evidentemente la expulsión del bebé lleva su tiempo y no había
de qué preocuparse.
Yo estaba feliz, relajada y tranquila, sabía que tú estabas
bien. Estaba preparada para lo que tenía que hacer, sabía que estabas dispuesto
a nacer ese día.
La partera Benilda Flórez, después de hacerme el
reconocimiento, confirma que todo está
bien, que había empezado a dilatar y cada diez minutos me revisaba. Tu padre y
hermanos, quienes se encontraban afuera del dormitorio en el que me encontraba,
estaban ansiosos y con mucho deseo deseo de tenerte en sus brazos.
A las diez de la mañana, por fin te tuve en mis brazos por
primera vez, me miraste y mi mundo se detuvo, en ese momento supe que daría mi
vida por ti. Naciste negrito con el pelo lacio, tus ojos seguian clavados en
los míos, como dos flechas de amor, un amor que ha crecido y sigue creciendo,
Toñito.” Al decir eso, mi madre levanta mi cabeza y me da
un beso en la frente, yo sonrío ampliamente mientras ella continua con su
relato.
“Me apretaste el dedo con tus manitas y me
atrapaste por siempre, hijito de mi corazón. La partera Benilda, corta el
cordón umbilical, te da una palmada en las nalgas, tu comienzas a llorar y ella
le grita a los que están afuera esperando la noticia –nació varón–. Al
conocer la noticia que tu habías nacido varón, Rogerio y José Manuel, formaron una algarabía en la sala de la casa y
gritaban a todo pulmón llenos de alegría
y felicidad a Felicia, Rosmira y Maria Leonela, “nació varón”, “nació varón”, “nació
varón”. La negra Benilda
te baña y te pone un pañal, sale del cuarto contigo en brazos para que tus
hermanos y tu papá te conozcan.
Tu hermana Rosmira apenas te ve exclama –es un negrito
revuelve el agua–, Felicia dice –es un negrito espanta la virgen–, a lo que
Rosmira le responde a Felicia, –no es un negrito bañado en vinagre–. Todos sueltan
la risa, tu hermano Rogerio te coge entre sus brazos y con José Manuel salen a
la Plaza de las Mercedes para que los lugareños te conozcan, los vecinos del
barrio exclamaban –Ay se parece al hermano de la niña Transito– refiriendosé a
tu tío José Antonio Cuello del Río. Sabía que te parecías demasiado a mi
hermano, por ello le dije a la negra Benilda que tu nombre sería José Antonio
en honor a mi hermano.
Y así fue como naciste, Toñito, y justo como lo haces ahora
siempre te ries a cargajadas cuando te
cuento cómo naciste”.
Riendo
tal como lo decía mi mamá, le pregunto luego, –¿mami porque no me pusieron el
nombre de mi tío José Antonio?– a lo que ella responde –bueno, mi amor, esa es
otra historia… ¿Quieres que te la cuente?–. Yo muevo varias veces la cabeza
asintiendo, ella se sonríe y dice:
“Pasaron un par de días desde tu nacimiento,
tu papá se encontró con el señor Nicolás Bautte Céspedes, quien era el gerente
de la Caja Agraria de Chiriguaná y famoso gallero de la región, y le pidió que
fuera tu padrino; luego fue en busca de la señora Ture Arce, para pedirle que
fuera tu madrina, al tener la aceptación de ambos padrinos fijamos la fecha del
bautismo en la iglesia de Nuestra Señora La Virgen de Chiquinquirá de
Chiriguaná.
Llego el día y la hora indicado, salimos para la iglesia con
tu padre y tus hermanas, en el trayecto
siempre nos deteníamos porque los amigos querían conocerte haciendo comentarios
entre ellos que eras muy parecido a mi hermano José Antonio, a lo que respondía
que ese era tu nombre.
Llegamos a la iglesia, el sacerdote predicaba en la
celebración de la Santa Misa –Este año, las
fiestas de Nuestra Señora de la Virgen de Chiquinquirá, el lema es “Misericordioso
como el padre”, esto quiere decir que hay que tener una actitud misericordiosa,
ponernos en el lugar del otro y querer ayudar a los demás”, luego agregó
“siempre la devoción a la Virgen de Chiquinquirá tiene ese especial interés por
el pan y el trabajo, pero no podemos olvidar el resto de la vida de la iglesia
y que este año nos lleve a tener esta actitud de misericordia con los demás”.
Terminada la misa el señor Honorio Hernández Cárcamos,
exalcalde, ganadero y hombre prestigioso de la región; se le acercó a tu padre
y le dijo –Pedro, que nombre le vas a poner al niño–, tu padre contesta, –el
nombre del niño es José Antonio, el
mismo nombre del hermano de Transito–. Honorio le dice a tu padre –¿por qué no
le pone al niño Honorio Antonio?–, tu padre contesta –eso háblelo con Transito–.
Las personas de renombre del pueblo se encontraban reunidos
en la iglesia, entre ellos se encontraban la esposa de don Honorio, Nelva
Granados; Rafael Peinado, Pedro Antonio García, Isabel Royero, Ture Arce (quien
iba a ser tu madrina), Tía Pella, Nelson Pava, Manolo Royero, el maestro Juan
Mejía Gómez, entre otras. Todos ellos trataban de convencerme que te pusiera
Honorio Antonio en vez de José Antonio, yo me oponía firmemente a cambiarlo.
Tía Pella, mujer muy creyente y devota a la Virgen de Chiquinquirá me dijo –Transito escuchaste lo que dijo el sacerdote debemos tener una actitud de misericordia con los demás–. Yo no quería aceptar y ya había culminado la misa e iba a comenzar el bautizo, al ver mi actitud negativa Honorio Hernández Cárcamos le dijo a tu padre –Pedro te regalo una vaca, si le pones el nombre de Honorio al niño–, tu padre le volvió a decir que quien decidía sobre el asunto era yo, al escuchar la propuesta los presentes me rodearon y trataban de convencerme de cambiar el nombre.
Tía Pella, mujer muy creyente y devota a la Virgen de Chiquinquirá me dijo –Transito escuchaste lo que dijo el sacerdote debemos tener una actitud de misericordia con los demás–. Yo no quería aceptar y ya había culminado la misa e iba a comenzar el bautizo, al ver mi actitud negativa Honorio Hernández Cárcamos le dijo a tu padre –Pedro te regalo una vaca, si le pones el nombre de Honorio al niño–, tu padre le volvió a decir que quien decidía sobre el asunto era yo, al escuchar la propuesta los presentes me rodearon y trataban de convencerme de cambiar el nombre.
El señor Honorio Hernandez quería desesperdamente que
alguien del pueblo tuviera su nombre y al verme obstinada a no cambiarte el
nombre de mi hermano José Antonio, llamó a uno de sus trabajadores de su
hacienda y le dijo –Juancho ve a la hacienda y le llevas a la casa de Pedro
Martínez, la vaca “mi retoño”– y este inmediatamente se subió al caballo y se
fue a buscar la vaca.
Se celebró el bautismo y cuando el sacerdote me pregunto
cuál era el nombre del niño yo le conteste que Honorio Antonio, una alegría
infinita se reflejó en los rostros de todos los asistentes, hasta el padre se
reía lleno de felicidad; al llegar a la casa encuentro la vaca amarrada a un
árbol de matarraton que se encontraba sembrado al frente de la casa y
por eso te pusimos el nombre de Honorio Antonio”.
Y como
siempre hacía cuando me contaba la historia de mi nacimiento y de mi nombre le
di un beso y un abrazo a mi mamá.
FIN.
FIN.
También puedes escuchar mi música ingresando al siguiente link https://open.spotify.com/album/2JXHP6WCIM9aFqgYJO6nd9 . Espero que la disfrutes.
Ese es mi abuelo, Honorio Hernández,a quien recuerdo orgullosamente con mucho cariño. Era un niño cuando murió, pero afortunadamente guardo vivo esos recuerdos... Roberto Carlos Hernández Murillo. Que bonito relato!
ResponderEliminarLindo
ResponderEliminarrelato
Lindo
ResponderEliminarrelato
Hermoso y conmovedor relato, y nos permite conocer las costumbres de tan linda y lejana tierra
ResponderEliminarNojoda Primo Hermano. Escribo y se lo que es eso. Te felicito de todo corazón. Tú escribes muy bien!
ResponderEliminarAJACUEVA
ResponderEliminarDios te premio con un gran talento y mucha sabiduria para
Ser un gran personaje en la vida te felicito por esa mente prodigiosa disfrutala al lado de tus seres queridos que Dios te regalo cuidalos chao de tu amiga.